Hasta la decadencia del período
clásico, el área mesoamericana fue muy homogénea cultural y lingüísticamente,
cuando colapsan los centros clásicos se dan nuevas relaciones entre los pueblos
de Mesoamérica con los de sus fronteras del norte, estos contactos iban a crear
una nueva identidad cultural y multiétnica en la Mesoamérica postclásica. Las tierras de México septentrional, donde
grandes cadenas montañosas ciñen algunos de los mayores desiertos del mundo,
estaban habitadas por los chichimecas (linaje del perro), nombre que los
pueblos de lengua nahua de México central daban a los bárbaros cazadores
recolectores. En realidad, eran grupos
humanos de culturas muy diversas, algunos de los cuales eran agricultores mesoamericanos
que vivían en contacto y en conflicto con los verdaderos nómadas del norte.
Con la caída de Teotihuacán se
inician una serie de migraciones de los grupos chichimecas ya fueran
sedentarios o nómadas, a las tierras de
México central, hay que destacar que estos grupos tenían una fuerte tradición
guerrera y dieron aportes al desarrollo cultural y político del estado tolteca
ya que a los elementos de la antigua tradición mesoamericana como el culto a la
serpiente emplumada se añadió el de guerra santa y los sacrificios humanos
masivos que implicaban. Esta migración
ocasionó que los migrantes llevaran a cabo una serie de fundaciones de ciudades
que crearon un ambiente político extremadamente fragmentado, aunque homogéneo
culturalmente, las alianzas matrimoniales entre nobles chichimecas y toltecas
originaron las dinastías que se repartieron el dominio político de la región.
El valle de México donde se
asentaron definitivamente está ubicado a 2000 metros de altura y se
caracterizaba por ser un valle fértil, rodeado por cadenas montañosas, en las
riberas a las riberas del lago Texcoco acudían diversidad de aves y las
montañas ofrecían venados para la caza.
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